«Al principio ella fue una serena conflagración.
Un rostro que no fingía ni siquiera su belleza.
Unas manos que de a poco inventaban un lenguaje.
Una piel memorable y convicta.
Una mirada limpia sin traiciones.
Una voz que caldeaba la risa.
Unos labios nupciales.
Un brindis.Es increíble, pero a pesar de todo,
él tuvo tiempo para decirse: «qué sencillo»
y también no importa que el futuro sea una oscura maleza.La manera tan poco suntuaria que escogieron sus mutuas tentaciones
fue un estupor alegre sin culpa ni disculpa.
Él se sintió optimista, nutrido, renovado, tan lejos del sollozo y la nostalgia:
Tan cómodo en su sangre y en la de ella.
Tan vivo sobre el vértice de musgo.
Tan hallado en la espera, que después del amor salió a la noche
sin luna y no importaba,
sin gente y no importaba,
sin dios y no importaba.
A desmontar la anécdota,
a componer la euforia,
a recoger su parte del botín.Mas su mitad de amor se negó a ser mitad.
Y de pronto, él sintió que sin ella sus brazos estaban tan vacíos,
que sin ella sus ojos no tenían qué mirar,
que sin ella su cuerpo de ningún modo era la otra copa del brindis.Y de nuevo se dijo: «qué sencillo»,
pero ahora lamentó que el futuro fuera oscura maleza.Sólo entonces pensó en ella, eligiéndola,
y sin dolor, sin desesperaciones,
sin angustia y sin miedo,
dócilmente empezó, como otras noches, a necesitarla.»